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MEMORIAS DE UN MALDITO - Los años de músico/ Memories of a damn: Musician years

( Imagen: Rondalla del colegio La Salle bajo la dirección de Don Pedro Álvarez Hidalgo)

 

 

Mis inicios como músico se remontan al aprendizaje de la bandurria en la rondalla de Don Pedro Álvarez Hidalgo, un músico amateur y queridísimo de Puerto Real. Ofrecíamos conciertos instrumentales y más tarde junto a la llamada Masa Coral Portorrealeña. En ambas formaciones participaron mis dos únicas hermanas en algún momento. Memorable fue aquella tarde lasaliana veraniega en que toqué sólo ante miles de oyentes con ocho o nueve años Cisne cuello negro y un tema que cantaba el granadino Emilio José, Nana del recuerdo.

 

 

 

De aquellos años guardo una triste historia. Un día, me invitaron a una excursión en bici dos compañeros de la rondalla. En aquel tiempo mi adenoides era muy destacada y sufrí las burlas de ellos por mi forma de hablar. Creo que fue una venganza que aún no he conseguido descubrir, tal vez envidia, tal vez buscaban alguien de quien reiírse. Lo que iba a ser un soleado y alegre día de campo, se convirtió en un trauma que aún no he conseguido olvidar.

 

Mi segundo contacto fuera del mundo clásico en el que me había formado surgió cursando bachillerato. En aquellos años era normal, que un chico de quince o dieciséis años estuviera en consonancia con la música popular del momento, era lo propio. No éramos, en aquel grupo de amigos, selectivos o fan de nadie. Nos gustaba la ELO como Barón Rojo, por citar apenas dos estilos diferenciados. Queríamos formar una banda, pero no teníamos medios y acabó diluyéndose como una fantasía de adolescentes.

 

No recuerdo exactamente cómo entré en ese mundo, me falla la memoria. Creo que fue antes el trío Brisas, tocábamos o acompañamos en un teatro de verano de Puerto Real (hoy tristemente desaparecido) con versiones de cantautores del momento o canción española de Marisé (artista local) y rancheras con una joven promesa que acabó estudiando música en el Conservatorio. Fue una etapa bonita de mi vida. 

 

Creo que después fue cuando llegó la orquesta Lima. Debo decir que allí tuve el mayor aprendizaje de un novato como yo en música pop y tecno. Se lo debo específicamente a Javi León y Manolo ( de apodo el turco). Me abrieron las puertas a un mundo desconocido para mí que sin embargo ha formado parte y se ha integrado en mi faceta de compositor. Memorables recuerdos de aquellos años donde encontré amistades y amantes del rock, como Enrique Batea, que me mostró una dimensión de la música que apenas conocía: el heavy metal. Éramos gente muy joven pero con una cultura musical inmensa cada uno desde su faceta. Nadie hablaba mal de ningún estilo musical si bien pensábamos algunos que la pachanga; no nos aportaba nada y hasta a veces parecía frustrante. Por aquel entonces, y creo que la única, me sentía libre, vistiendo o haciendo lo que me daba la gana sin importarme ningún tipo de prejuicios, en un pueblo sumamente moralista y atrasado. Ello me granjeó varios insultos, cuestionando mi orientación sexual por mi modo de vestir, peinado, etc.

 

Supongo que en ese orden pasé a la Orquesta Montecarlo ( a la cual admiraba por su calidad y reputación). Ya conocía a Chani (José Chanivet) y a Julio Bocanegra y a Miguel Ángel de Brisas. Recuerdo una de mis primeras conversaciones con José María Lobo que banaliza sobre mis intereses musicales. Le sorprendí al comentarle que Supertramp era una de mis bandas favoritas y así surgió un respeto, una admiración y una amistad que trascendía lo musical. Él me llamaba de forma jocosa manitas de plata.

 

Las orquestas se fueron rotando, con diferentes músicos. En una de ellas conocí a uno de los mejores bateristas y personas con las que compartimos aspiraciones:José Manuel Macho. Fue en aquellos años, después de mucho rodar, de aguantar ferias, borrachos, de ser músico y montador/desmontador, cuando llegó el cansancio y el hastío. Dejó de ser una diversión y además no me aportaba nada como músico. También, por entonces comenzaron a proliferar las canciones MIDI y tal vez fue la señal para retirarse.

 

A mediados de los ochenta una serie de acontecimientos van a embestirme de un modo sanguinario. El fallecimiento de mi padre, con quien tengo la deuda impagable de mi vida musical, la primera hemorragia macular que me llevó a una profunda depresión y la ruptura de mi primer y sufrido amor. Con apenas veinte y pocos años surge el antes y el después.

 

Los últimos estertores fueron un trío que formamos José Manuel Hernández, Enrique y yo para una actuación de fin de año en un pueblo perdido de Ciudad Real. Merece la pena contar está historia.

 

 

 

Uno de los agentes me llamó para preguntarme si tenía alguna formación. Le dije que si, teníamos un dúo al que añadimos a Enrique con las guitarras. Nos ofreció el contrato y preparamos un repertorio variado pero sobre todo con canciones del momento de Radio Futura, la Mondragón, El último de la fila, etc.

 

No teníamos cómo llegar allí. Un amigo de José Manuel se ofreció a llevarnos porque en realidad no llevábamos demasiado equipo ni instrumental. A la llegada, la cara del contratante era un poema. - ¿Dónde está la batería?- preguntó. Nosotros íbamos con caja de ritmos (una Roland que me compré). También le sorprendió el equipo de sonido. 

 

Aquello fue apenas un antecedente de lo que iba a suceder. José Manuel y yo aparecimos con guardapolvos y guantes ( propio del tecno). Aquello era una sala enorme llenada por la mayoría de los habitantes del pueblo. Esa gente esperaba otra cosa: pasodobles, pachanga y no versiones cutres de la música del momento. José Manuel acabó cantando pasodobles del Carnaval de Cádiz de Enrique Villegas. La tensión fue creciendo, lanzaron petardos y hasta el amigo que nos llevó acabó tirándonos bolas de papel. Uno de los asistentes acalorado me dio una cinta de cassette con pasodobles que para colmo se enredó en el cabezal y temí por mi suerte. Enrique llevaba pocos temas aprendidos y hasta un niño le dijo que no estaba tocando. El linchamiento podía suceder en cualquier momento, lo que en Cádiz se llama «salir por patas». Contarlo es más divertido que vivirlo.

 

Creo que fue después cuando llegó mi faceta de pianista de hotel. Pepe Jiménez, que regentaba una tienda de instrumentos musicales en Cádiz, me dijo que estaban buscando un sustituto para el Atlanterra de Zahara de los Atunes. Allí me fui sólo con dieta y cama en una habitación del hotel incluida. Tocaba las tardes-noches en una sala de piano-bar. Era un trabajo muy cómodo y con mucho tiempo libre. Allí surgió la oportunidad de mí vida desperdiciada. Un matrimonio mayor quiso llevarme a Alemania, tal vez porque no tuvieron hijos o vaya usted a saber. El caso es que dejé pasar aquella oportunidad. Lo más interesante que recuerdo fue un día que anunciaron una amenaza de bomba. Tras varias horas fuera, me ofrecí al director del hotel a tocar algunas piezas para distender el ambiente ,y la visita y grabación en la disco del hotel de una maqueta con José Manuel Hernández sobre temas que habíamos compuesto. El trato en el hotel fue excelente pero yo me aburria.

 

 

 

Sin embargo, volví a él. El Confortel Islantilla necesitaba un pianista. Por entonces ya tenía coche y con las mismas condiciones que en el anterior. Allí hice amistad con Jesús Daza, otro gaditano que tocaba y cantaba en otra sala. Le gustaba además la pintura y fue la primera vez, que recuerde, que pisé Portugal. Por aquel entonces preparaba las oposiciones para docentes y a eso dediqué parte de mi tiempo libre. El personal era envidioso, me consideraban un privilegiado. En una de aquellas, conocí a José María Aznar en un mitin que dio junto a Javier Arenas.

 

Mí vista estaba puesta en la docencia y además comenzaron a modificar las condiciones laborales. En mi lugar dejé a otro gran admirado en el camino ,Ramón, que junto a su hermano Paco, siempre tuvimos muy buena relación. Acabaron siendo músicos de Merche, la cantante gaditana, en sus inicios. Ramón era un excelente pianista autodidacta. Aún recuerdo su Fender Rhodes.

 

Hubo otras incursiones en orquestas y de pianista en solitario que no merecen la pena ser comentadas.

 

Cuando ya me creía libre de ser un perro de feria, Miguel Ángel, el batería de Brisas, me llamó para un grupo de sevillanas dé El Puerto de Santa María, Solera fina, que estaba buscando músicos. Allí me fui con mi amigo Enrique Batea para algunos contratos de feria junto a otros músicos de El Puerto a los que ruego mil perdones por no recordar sus nombres: cajón y flautas /saxo. Fue una bonita experiencia que me abrió la oportunidad de conocer y acompañar a la cantante de Eurovisión Eva Santamaría.

 

Volví con Solera fina en una formación más reducida que duró muy poco.

 

Anteriormente había probado con Ecos del Rocío, recomendado por Pepe Jiménez, pero parece que no les motivó mi adhesión. También hice un bolo con el conocido Antonio García «Alemania», que además de un gran cantaor triunfaba con las comparsas de Enrique Villegas. Una formidable persona.

 

 

 

Quizás, lo más alto que llegué como músico acompañante, fue la presentación en El Puerto de Santa María de la cantante de Eurovisión Eva Santamaría. Aquello podría haber durado e incluso abrirme puertas, pero ya estaba comprometido con la banda de rock Adiós a Dios y desistí de la oportunidad.

 

Sólo mucho más tarde, mi hermano mayor me convidó a acompañarle en algunos recitales de poesía en el que incluía una serie de piezas semi improvisadas de mi autoría con obras de clásicos. De una de esas piezas surgió El gigante me persigue del álbum Tripartito.