MEMORIAS DE UN MALDITO: La formación académica / Memories of a damn: academic years

 

Mi formación como músico proviene de la rondalla escolar del colegio La Salle de Puerto Real, en el que cursé la educación básica llamada por sus siglas EGB. Como ya mencionamos estaba a cargo de Don Pedro Álvarez Hidalgo, quien de un modo altruista colabora con el centro en actividades extraescolares. Mis padres querían que aprendiese guitarra pero al ser tan poco desarrollado a mí edad recomendaron la bandurria ( instrumento español de seis cuerdas dobles metálicas emparentado con la mandolina). En mis álbumes 9 momentos inolvidables + 1 sentimiento infantil y De vuelta a casa, se recogen mis vivencias y homenajes al instrumento que tanto le debo.

 

 

Don Pedro vio cualidades y sugirió a mis padres que optaran por el Conservatorio.

 

Mi paso por el centro de música ubicado en la calle El tinte de Cádiz, en pleno corazón de la ciudad, tuvo momentos agridulces. Recuerdo con cariño a Doña Carmen Ortega y Doña Itziar Elorza, a Doña Pepita, como llamábamos a nuestra profe de Solfeo y con menos fervor a Don Rafael Prieto. Un hombre muy de la época post franquista que acabó con mi sueño de dedicarme al piano. Tres veces tuve que cursar el cuarto de piano tras una solicitud de mi padre casi implorada y que no le conmovió. Recuerdo con mucho cariño a Doña Rosario, profesora particular de la calle Pelota,a la que mis padres acudieron en aquel intento de llevarme, a la tercera, el Grado Elemental de piano. En aquellos años triunfaba un joven compositor gaditano llamado Felipe Campuzano que se dejaba ver por el Conservatorio y un compañero de estudios que llegó a ser director y docente: José Manuel López Aranda, con quien coincidiría años más tarde. De mis compañeros y compañeras, recuerdo con cariño a Saturnino y Pedro Ordóñez, a Marcos, Trini y Chari (el primer amor platónico). 

 

 

Estudiar en el Conservatorio en aquellos años era para niños ricos ( aunque mi pobre padre sacrificaba su tiempo y trabajo para ese logro. Nunca podré pagarlo).

 

Mi vida musical académica sufrió un paréntesis de casi diez años. Hubo un segundo intento infructuoso cuando el Conservatorio se trasladó a la calle Arbolí.

 

 

Mi formación entonces corrió por otros derroteros. La Universidad de Cádiz ofertaba la especialidad de música en primaria y allí fui a matricularme. 

 

 

Como era una formación desde cero, llevaba el trabajo adelantado y me costó algo más las materias comunes. La experiencia fue enriquecedora en cuanto a mis compañeras y compañeros que yo llamo de mis segundos hermanos.

 

En este sentido, fueron años inolvidables. Mi relación con el profesorado no fue tan así. Guardo especial recuerdo de algunos y menos de otros. No tuve un profesor o profesora que fuera un referente en mi vida ni personal ni musical.

 

El resultado final se culminó con nota, quizás no la mejor, pero sí destacada.

 

Antes de mi entrada a la universidad (o facultad de educación a la que ahora quieren exiliar de Puerto Real) inicié lo que sería un continuum en mi trayectoria académica: los estudios online.

 

 

La Open University, Sacle se adelantó a los tiempos con un curso de música que me ayudó muchísimo pero que tristemente estaba ausente de contacto con profesores visibles.

 

 

Mi tesón me llevó ya en la madurez y combinada con otros estudios al Conservatorio ahora ubicado en el actual Museo del Carnaval, junto a Torre Tavira. Esos casi dos años me marcaron profundamente. Volví a reencontrarme con Itziar (que lógicamente no se acordaba de mí) y que me dio un apoyo y una amistad impagable además de conversaciones profundas más enriquecedoras, si cabe, de su maestría como pianista. De Toni, con sus sufridas clases de Lenguaje Musical ante alumnos propios de esos estudios ( ahí me di cuenta por primera vez que estaba en la hora equivocada), de Esteban, el profe de Coral con su particular personalidad y sabio conocimiento de su trabajo y mi reencuentro con Aranda y un antiguo amigo de Puerto Real que daba ahora armonía, Ángel.

 

 

Para mí, aquellas maravillosas calificaciones de mis queridos maestros ( como término abarcador de todas sus acepciones) me parecían exageradas y en mi continuo y obsesivo deseo de perfeccionamiento vine a conocer a la persona de la que más he aprendido de música: Luis Félix Parodi.

 

 

Parodi fue el refugio de momentos muy difíciles de mi vida personal. Era mi profesor privado, pero también mi confesor. Aprendí a entender las sonatas de Haydn con él, a adentrarme en las obras de Scriabin y en aquella imborrable frase de: nunca dejes de ser tú mismo en la interpretación.

 

 

Aquellos fructíferos años para el alma se rompieron porque así tenía que ser cuando mi vida personal dió un giro de ciento ochenta grados camino de Brasil.

 

 

Combinaba mis estudios del Conservatorio con un curso online sem ipresencial de la Universidad de La Rioja: Historia y Ciencia de la Música. Fue una etapa en que buscaba el conocimiento como prioridad. El interés que siempre suscitó en mi la Historia de la Música se había manifestado ahora de un modo fehaciente. Fueron apenas dos años, me hundió una profesora que me acusó de haber copiado un trabajo (algo realmente humillante), me echó también para atrás determinadas asignaturas de carácter científico para las que no me vi capacitado y desistí. Las clases online, sin videoconferencia eran altamente enriquecedoras. Entre los docentes que más recuerdo y respeto tengo son: Teresa Casudo, Thomas Schmitt y Pilar Ramos (por quien no sentía uno especial simpatía pero sí un reconocimiento probado de su materia).

 

 

A Unirioja le sustituyó UNIR consiguiendo mi Grado en Música, gracias a mi insistencia genética. De UNIR también guardo un sabor agridulce apenas por alguna y algún que otro docente que no simpatizaba sin desmerecer jamás su credibilidad y trayectoria profesional. Mis compañeras y compañeros de clase me aportaron comodidad, buenos momentos y alguna que otra lección ( especialmente de un tal Pedro). Clases y profes imprescindibles en mi memoria: Rafael Martín (instructor de mi proyecto), una persona de inmejorable calidad humana y profesional. La compositora Edith Alonso de trato fácil y un privilegio para cualquier alumno. El también compositor y docente Manuel Martínez Barneto con una humildad apabullante y que me ayudó en el duro camino de la armonía. María Andueza, que amplió mis perspectivas de la composición. Y Jordi Raventòs, con un conocimiento impresionante del que aprendí mucho, sobre todo el rigor. Todos, y los no nombrados, de indiscutible validez profesional.

 

 

Mi Grado en Música culminó con el proyecto fin de grado, supervisado como dije, por Rafael Martín y que me llevó nuevamente a Brasil, más concretamente al sertão pernambucano, São José do Egito, tierra prometida de la cantoría de viola, en una propuesta que hice sobre relación (o no) con la teoría de Darwin.

 

 

Mil gracias le debo a Antônio Marinho especialmente, poeta de la tierra y descendiente de ilustres repentistas que facilitó importantes contactos y una lista interminable de desinteresados amigos que colaboraron para este proyecto y lo enirquecieron con su conocimiento.

 

 

Creo que coincidió por entonces mi aprendizaje del cavaquinho con Lúcio Sócrates, nieto del venerable compositor de frevo pernambucano Levino Ferreira. 

 

 

 

Paralelamente al Grado de Música y ávido de saber, comencé el curso de orquestación para el cine de la Thinkspace Academy de Reino Unido liderada por el carismático Guy Michelmore.

 

 

 

Fue un reto, pues mi comprensión del inglés hablado es muy básica y me perdí todo lo relativo a las clases magistrales y entrevistas con grandes compositores del género.

 

 

La experiencia, no obstante, fue realmente necesaria y enriquecedora para alguien como yo que pretendía componer desde el espectro del eclecticismo. Las palabras y consejos de mis profesores ( Charles Fernández, Milton Nelson o Jordan) me sirvieron para dar más credibilidad y profesionalidad a mi obra.

 

 

El hambre de conocimiento y perfeccionamiento me llevaron a la Berklee en la que tuve el enorme privilegio de conocer a Marc Dieter Einstmann, quien fuera ingeniero de sonido de artistas como Anime Lenox, Depeche Mode o U2 entre otros. La barrera idiomática volvió a hacer de las suyas y limitó sacarle el máximo jugo al curso de Técnicas de Audio Mastering. Como siempre digo, ningún profesor es culpable del resultado, tampoco era objetivo convertirme en un experto, apenas mejorar la calidad de mis trabajos.

 

 

Similares circunstancias acontecieron con el compositor Gabriele Vanoni, com el efecto que todo este contenido lo aprendí en UNIR. Además, los derroteros de la música mal llamada contemporánea no me atraían sobremanera y desistí de hacer el segundo curso.

 

 

Mi formación hasta la fecha culmina con el curso de Mooc Universitat de Barcelona Introducción al Arte sonoro, impartido por expertos de indudable reconocimiento como Josep Berenguer y Josep Cerdá. Fue una lástima que no tuve la oportunidad de un feedback con tan ilustres maestros y que gran parte de ese material lo recibí en UNIR.