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La oratoria del Concurso oficial de Agrupaciones Carnavalescas/ The oratory of the Official Competition of Carnival Groups

Todos somos parte y reflejo de las circunstancias que nos rodean. Estamos adscritos a una determinada cultura, que hace (con mayor o menor justicia) de nosotros sus representantes.


En mi caso, mi lugar de nacimiento condicionó algunos de mis intereses y mantengo desde niño una vinculación con el Carnaval y más concretamente con el Concurso Oficial de Agrupaciones Carnavalescas (COAC), en una relación de dependencia y amor/odio. He participado activamente en él y conozco a fondo lo bueno y lo malo del mismo.


Es justo diferenciar el COAC de lo que en sí es la fiesta (incluso de otros concursos). 


Hace apenas unas décadas el Carnaval y su Concurso era algo muy local. La globalización, como otras manifestaciones, acabó metiendo sus manos y desvirtuando su esencia. Pero no fue el único enemigo. A él se sumaron todos los elementos conglomerados de la posmodernidad.


La aparición de autores como Ares, Aragón, Tovar o Bienvenido comenzaron a marcar las directrices de un Concurso a su medida con la enseña de La República. Algo, por otro lado, que ni el gran poeta carnavalesco de Santa María, Pedro Romero, planteará nunca aún con su conocida rebeldía. Si bien es cierto que el Concurso había girado en torno a la izquierda, nunca estuvo tan ideologizado como ahora con esta hornada de autores. El paradigma había cambiado. Se acusaba injusta y duramente a otras posiciones políticas por el simple hecho de no comulgar con ellas.


El otro gran enemigo fue el feminismo mal interpretado por autoras e intérpretes de vocación ceñuda e inflexible que para nada representan los valores de la feminidad y que lo hacen realmente mal desde posturas muy reaccionarías.


Para colmo de males, el protagonismo del jurado, los nuevos endiosados con apenas dos carnavales, la falta de creatividad tanto musical como lírica hacen al más paciente desesperar y atrincherarse en tiempos gloriosos de este Concurso.


No, no me gusta este modelo de mediocridad e hipocresía, de fantasmas por doquier.


El Carnaval como fiesta, aunque también ha sufrido los efectos de la posmodernidad, es el verdadero, el libre, el irreverente, el irónico y el sarcástico en estado puro. Nadie se salva de caer en sus manos víctima de su mordacidad y su voracidad.


Así las cosas, puestos a comparar, prefiero mil veces el Carnaval carioca, que es un desconocido al que se le acusa de poco comprometido con petulancia e ignorancia. No conozco un Carnaval más crítico, más inclusivo, más feminista que el de el Marqués de Sapucaí. Tal vez Cádiz debería aprender algo de él, al menos sobre humildad y sencillez.